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 Histórica Clase Obrera  de  Colombia
   Ignacio Torres Giraldo


Editorial del libro reseñado: Programa Editorial Universidad del Valle, Cali,
Ignacio Torres Giraldo fue un hombre de acción y de palabra o, como quien dice, hizo mucho y escribió un montón. Su inteligencia fue producto del aprovechamiento que les dio él a las oportunidades que se le presentaron en su vida, que comenzó siendo precaria, pero que supo aprovechar en todos sus instantes como para no aburrirse. Nace obrero; sastre, y muere dirigente obrero; aunque sin tener estudios de ningún lado, le terminaron diciendo doctor. Autodidacto de tiempo completo, este hombre, nacido en 1893, a los dieciséis años de edad se halla en Sevilla, hoy Valle del Cauca, como ayudante de su padre, que le enseña a conocer los números, a dibujar y firmar, dado que no había una escuela donde matricularlo. Y todo es así, de suerte, de oportunidad. 

Su actividad de periodista la aprende en 1912 gracias a un joven policía de Pereira de apellido Montes que había fundado un periodiquito llamado Albores. De este modo Torres Giraldo explica cómo aprende y cómo era su maestro: "Este inefable policía, bruto de nacimiento y profesión, me pidió que lo ayudara, lo que equivalía casi a que un ciego guiara a otro ciego, pero puede suceder que por entonces no viera yo las cosas así, y quizá que un poco de horrible vanidad me pasara de ingenuo a temerario. Y empecé a escribir esas croniquillas pueblerinas, sin firma, que les gustaron una barbaridad a las muchachas ventaneras

|Anecdotario, su última obra, que parece recoger de su vida lo que se le había quedado en el tintero después de libros tan completos como |La cuestión campesina en Colombia y |Los inconformes, está escrita en forma de torbellino, de permanente agite, como si, de no dar sorbos enormes de aire, la existencia pudiese perderse ante el riesgo de no ser intensa. Escribía como hablaba y escribía como vivía. De este modo crea su método, su propio estilo, que en la primera docena de años del siglo XX ya comienza a sentir como propia la escritura en periódicos obreros, y lo curioso es en alguien que estuvo por fuera del maestro disciplinado y las tareas reiterativas y obligatorias. Para escribir crea su propia técnica: "Yo escribo, en lo general, como hablo, preocupándome sólo por las personas para quienes escribo. Ésto me parece propio del autodidacta..."

De inmediato establece su carpintería para armar los textos:
|Pero yo quiero referirme más a un aspecto técnico o de método que se hizo en mí una modalidad en el trabajo de plasmar las ideas. Yo tomo apuntes en papelitos, copio citas y cifras, todo a mano, reviso en lo posible mis archivos y extraigo de ellos lo que pueda servirme, según el tema; después clasifico estas cosas por materia y teniendo a la mano un mapa de Colombia y un diccionario popular, el Vastus de Sopena, me siento ante una máquina y escribo, despacio, muy despacio, leyendo cada párrafo, controlando bien la claridad de las ideas, y en general desechando adjetivos decorativos, palabras sobrantes, expresiones plebeyas y giros de pedantería.

Desde muy temprano tiene conciencia de escritor, de observador y transmutante en palabras lo que su experiencia, su memoria y su investigación no quieren perder. En este sentido se torna en un calígrafo de la realidad. Lo que supo llevar a |Anecdotario fue extraído de su remembranza. Su escritura corre en linealidad, estirada en una prosa limpia, como si fuera incorrecto detenerse en artificios. Ante esta creación carente de artilugios, desarrolla una visión animada en el humor para que todo lo sagrado se caiga desde su falsa altura. Es una especie de risa política de un activista de izquierda que se apartó de las dos corrientes políticas tradicionales, para crear una tercera alternativa en la utopía socialista. Trozo a trozo su redacción anima a entender que en el revés del guante de la tragedia está la comedia.

La historia de humor se puede encontrar en el relato que hace de algunos seminaristas, que organizados por un tal Hincapié en una "división azul" para acabar con sus opositores los rojos durante la guerra de 1899, muestra un país de contrastes. Dieciséis años después de haberse salvado de las balas que el demonio en el mundo lanzaba en forma a la carne, uno de los seminaristas, ya tonsurado, es nombrado cura en la iglesia de Circacia y "como en la modesta parroquia no existieran 'santos de bulto', en una solemnidad religiosa le dio por salir él mismo en andas pero no en los toscos hombros de varones sino en los delicados de `las hijas de María'. Y resultó que las damas no estaban entrenadas, y al salir del templo y bajar el andén, su paternidad creyó irse de bruces con custodia y todo. El momento fue de angustia, pero ahí estaba algunos caballeros que metieron pecho y salvaron la situación. Caballeros todos liberales, porque en Circacia no había un solo conservador"

Su posición anticlerical lo lleva al riesgo en el momento de actuar y decir frente a una sociedad que en muchos de sus rasgos no se ha independizado en lo oficial y lo eclesiástico de su tradición española, pero su remembranza en la palabra escrita lo torna frente al lector en un ser afectivo con las descripciones de unos sucesos que ya no lastiman y más bien causan hilaridad. Sin embargo, todo su relato anecdótico está enmarcado en la fuerza de un país de vida difícil que sólo parece desenvolverse sobre las tensiones políticas. En ese momento aparece su prodigiosa memoria, aquella que le permite reconstruir en los detalles. No son sólo relaciones de acontecimientos; aparecen nombres, sobrenombres, profesiones y entonces el carrusel gira y él, en el medio, resalta lo curioso como para que el lector entienda que de pronto puede existir una historia que ha estado ocultada para proteger a un protagonista. Se da el caso, por ejemplo, de Luis Tejada perezoso, y de este modo hace al gran cronista al cual se refiere más humano porque no lo demerita, sólo ha expresado en esa dimensión desconocida para todos, lo que él vio y los otros no del escritor: "Yo conocía Luis [Tejada] como el perfecto modelo de la pereza. Fumando su pipa, leyendo y soñando. Luis era de los que se levantan a las once del día"

La descripción que hace del poeta Guillermo Valencia en Popayán es de admiración en cuanto se refiere a su labor literaria, pero de igual modo esto no obsta para que haga una presentación de su cotidianidad donde el mito y la leyenda del poeta se torna de carne y hueso. Esta descripción se da gracias al acercamiento que tiene al poeta que vive en una ciudad pequeña y donde Torres Giraldo, el trashumante, se encuentra, como él mismo lo dice "en condición de obrero". El Valencia que nos pinta es otro, sin lo clásico, muy a lo criollo, en los lugares populares, particularmente en uno de los cenaderos que tenía renombre, el de Vicenta "la Turca": "Y ciertamente ahí se encontraba uno al Maestro Valencia y sus mejores amigos, sentados en banquetas y cajones, comiendo sus manjares, bebiendo 'tapetusa' y soltando la lengua en todas las direcciones". Por último, como para aclarar la sana condición del poeta, Torres Giraldo aclara: "Valencia estaba en todo, pero no bebía ni fumaba"

El país a través del autor de |Anecdotario toma su verdadera dimensión en la medida en que deja en claro cuáles son los vicios más comunes. Ya no se trata de un alejado y solo caso como el de Marco Fidel Suárez, que tuvo de modo anticipado que vender su sueldo de presidente, sino de toda una legión de funcionarios que se veían en la misma necesidad. El comprador de las nóminas es un comerciante payanés llamado Julio Velasco, "hombre entrado en años y sumamente correcto" que prestaba dinero al diez por ciento mensual sobre alhajas y compraba letras con el veinticinco por ciento de descuento. Pero los mejores negocios del comerciante estaban en otro lado: "La empleomanía en Popayán era la industria pesada de la época: nacional, departamental y municipal, cuyas tesorerías vivían en deplorable retraso. Como es obvio, los empleados tenían que vender sus nóminas para poder vivir... Y ahí estaba don Julio, entre otros, que compraba a $ 50 las de $ 70; a $ 35 las de $ 50; las de policías y guardianes de prisión, que eran de $ 22, a $ 12; poniendo las víctimas la estampillas de endose".

|Anecdotario respeta su propia definición, dado que se compone de pequeñas notas con identidad temática que concentran, en su espacio de escritura, un tiempo breve donde el imaginario parece ceñirse a la supuesta realidad de los recuerdos. De anécdota en anécdota el país es reconstruido desde una visión que es trascendental en lo intrascendente. Quizá para la historiografía poca importancia puede tener un presidente que en un homenaje queda mudo de emoción; sin embargo, el texto en su valor se invierte cuando Torres Giraldo recoge las minucias para formar un todo panorámico a través de la reagrupación que hace de los microsucesos. En 1920 el presidente Marco Fidel Suárez estuvo en Popayán de paso para la frontera con el Ecuador. Para agasajar al ilustre visitante se encarga al pintor llamado Coloriano, la elaboración de un retrato del ilustre mandatario, al óleo, de tamaño natural. En la ceremonia de descubrimiento, cuando el rector de la Universidad del Cauca, don Tomás Maya, padre del poeta Rafael Maya, lo descubre, la expresión del público reunido en el recinto fue de: "Está que habla". Pero el que queda mudo y, por lo tanto, "no dijo ni mu", fue el retratado: "Terminado el discurso del rector, breve y vibrante, hubo nutridos aplausos y, después de profundo silencio, iba a hablar su excelencia... y su excelencia trató de hacerlo, pero no pudo, la emoción se le había metido en la garganta y se le hizo un nudo"

Torres Giraldo ve y cuenta dentro de la irreverencia como para que la anécdota entregue su verdadera dimensión una vez se sabe que su causticidad ha sido sacada de la intrascendencia y de la mofa, como si se tratara de una novelística que se adentra en la crítica al poder: "Todos los que estábamos cerca de él le miramos un poco abismados. El hombre, el simple ser humano, mudando de semblante dramáticamente extrajo lentamente su pañuelo del bolsillo y enjuagó los ojos. Con el mayor respeto y en perfecto silencio lo vimos salir, muy despacio, con su comitiva presidencial"

El juego de la crónica está de igual modo en saber combinar, como Torres Giraldo lo hace, en sucesos de comentario y sucesos de crítica. No olvidemos que su beligerancia política lo mantuvo en la mira de la seguridad del Estado y que muchas veces y por periodos relativamente largos conoció la prisión. Desde el recuerdo de la cárcel tenía que hablar porque hay ahí una herida, ya curada, con la cual esa memoria no concilia porque sería aceptar su derrota. Es el país de 1927 que ya ve por segunda vez, en el mes de enero, una segunda huelga petrolera en Barrancabermeja. Hay mucha violencia. Por muchos lugares del río Magdalena se dan paros de solidaridad "y naturalmente los dirigentes de masas fuimos encarcelados". Le corresponde en esta oportunidad su detención en la ciudad de Cali: "Pasados unos días se me llamó a la dirección [de la cárcel] para que diera una fianza de libertad. '¿Fianza? No, señor director; libertad simplemente'. Y dicho esto me devolví al patio. Más en la tarde del mismo día sonó el grito: Fulano de tal, con todo. Al pasar cerca de un puesto de vigilancia veo a un hombre que colgaba de un grueso tablero, con las canillas en los huecos del cepo y los brazos en los del muñequero, en forma que todo el peso de su cuerpo pendía de las extremidades superiores"

Anecdotario, con elementos de constitución biográfica, es el preámbulo que anuncia un país que ha de mantener el caos como forma de explicación de su existencia. Se vislumbra políticamente el exterminio del otro en una tierra donde en el ayer como en el hoy nada es igual porque los hechos, uno tras otro, se suceden de modo insistente. Torres Giraldo deja la enseñanza de no conciliar con nada para no caer en la derrota. De ahí nace su rebelión y su permanencia en la utopía.

En 1928 su primer viaje a Europa es una casualidad. Él lo cuenta así y su relato tiene credibilidad cuando se refiere al despliegue que en muchas ocasiones hace del honor de un hombre que está escrito en la moral socialista, lugar político que le sirve para poner en la picota a muchos de sus camaradas que se distinguen por corruptos. El barco que sale con rumbo a Panamá, donde era la meta de su corto viaje, y después de haberse librado de ser nuevamente puesto preso en Santa Marta, está, cuando él menos se lo imagina, en el centro del Atlántico con rumbo a Europa. En la capital de la URSS dura un poco más de cuatro años, lo que le permite escribir |Cincuenta meses en Moscú. Había tomado su actuar político como "una labor de apostolado". Desde esta premisa, |Anecdotario se torna en muchas ocasiones en texto de ejemplificación ética, porque se ve obligado, y así se lo dice a sus compañeros de partido, en la necesidad de que se comporten "con dignidad, con limpieza, con alguna cultura". De nuevo en el país, los festivales mensuales comunistas para recoger fondos terminaban en escándalos "y como simples parranderos se agruparon unos sastres bien vestidos y gastadores, que con cierto delirio de grandeza se llamaban 'los hijos del sol'. Cabecilla del grupo figuraba un Alfonso Rodríguez, dirigente obrero, de inteligencia natural, de alguna preparación, buen orador pero excesivamente pedante, donjuanesco, ridículo". La justicia en el partido no se hizo esperar y de inmediato el pedante, donjuanesco y ridículo Alfonso Rodríguez fue notificado por el comité local que le habían abierto juicio con jueces, fecha para la audiencia pública y "con asistencia obligatoria de todos los comunistas de la capital". A Rodríguez se le consideró indigno de pertenecer al partido. En ese momento lo que se entiende es que no se acepta la coreografía del otro, al que de inmediato se le define como dispar. Después el turno de la desclasificación será para el mismo Ignacio Torres Giraldo. Se le ve diferente, ya no era como los miembros de la organización y, como él lo cuenta, "trataron de configurarme artificialmente y de mala fe, como elemento del trotskismo. En estas condiciones, en ausencia mía, sin notificación ni conocimiento, a mansalva y sobre seguro, los electoreros socialdemócratas adueñados de la dirección, antes comunistas, me cancelaron el carné de afiliado al partido en febrero de 1942"

Reconfortante historia de las luchas laborales en los puertos del Caribe colombiano

Titulo del libro reseñado: Puertos, sociedad y conflicto en el Caribe colombiano, 1850-1930
Autor del libro reseñado: |Sergio Paolo Solano de las Aguas

Editorial del libro reseñado: Observatorio del Caribe Colombiano, Ministerio de Cultura, Universidad de Cartagena, Bogotá, 2003,

En la producción historiográfica colombiana de los últimos años es notable el abandono de la historia social, siendo impulsado, en su lugar, cierto tipo de historia cultural, pretendidamente despolitizada y contrapuesta a las explicaciones globales. Esa versión de la historia cultural nos propone estudiar la realidad de manera fragmentaria, en la corta duración y abjurando de la posibilidad de comprender los nexos existentes entre las cuestiones económicas, sociales, políticas, ideológicas y culturales. Ante el abandono de la historia social se ha impuesto una historia cultural de tipo |light, generada desde la academia universitaria para consumo de damas rosas y que muy poco aporta a la comprensión de los grandes problemas de la sociedad colombiana.
En este contexto resulta muy reconfortante la aparición de un texto como el de Solano de las Aguas, en el que, reivindicando la historia social, se reconstruye un problema central para la comprensión de nuestro pasado inmediato, como es el relacionado con los puertos de la costa atlántica desde la segunda mitad del siglo XIX hasta las tres primeras décadas del siglo XX. Para estudiar este problema, su autor recoge críticamente los aportes de la historia social inglesa (en autores como Edward Thompson, Eric Hobsbawm y Raphael Samuel), así como en ciertos autores de la Escuela de los Anales, principalmente Ferdinand Braudel. Apoyándose, entre otros, en los historiadores mencionados, el autor señala que su libro "representa un esfuerzo por aproximarnos a una `mirada desde abajo' que nos permita conocer el mundo de las experiencias y expectativas tradicionales y de las innovaciones sociales y culturales desde el cual los trabajadores portuarios se representaron su rol dentro de la sociedad y justificaron sus protestas sociales" (pág. xii). Con esto se busca estudiar la configuración de la clase obrera de la costa atlántica atendiendo a sus propias tradiciones sociales y culturales. Este enfoque, que a nuestra manera hemos intentado desarrollar en |Gente muy rebelde | 1 , apunta a considerar el carácter complejo, contradictorio y no lineal de la formación de importantes capas del proletariado colombiano al despuntar el siglo XX. Para eso, se destaca la relación entre la formación de las clases modernas de la sociedad colombiana, y la clase obrera es una de ellas, con los conflictos sociales que emergen durante su constitución. En ese análisis, el conflicto se constituye en un aspecto destacado de la vida social y no en algo ajeno a su desarrollo histórico, por dos razones: "primero, porque la creación de una cultura de tolerancia y respeto exige incorporar entre sus supuestos más elementales la aceptación del conflicto social como parte integrante de la vida de las sociedades modernas...

Segundo, porque en razón de una mejor comprensión de la moderna sociedad costeña, la reflexión sobre la construcción de las clases sociales exige darle un tratamiento de primer orden a los conflictos que suscitaron los procesos de proletarización de la mano de obra" (pág. xiii). En otros términos, la configuración de los trabajadores portuarios en la costa caribe colombiana se encuentra atravesada por el choque entre el control y la subordinación, ejercido por los empresarios capitalistas, y sus propias tradiciones culturales, regidas por una lógica completamente distinta de la del naciente mercado laboral capitalista. En ese sentido, esas tradiciones originan diversos mecanismos de resistencia a la proletarización, los cuales son estudiados en el libro, particularmente en su último capítulo.

Para desarrollar sus planteamientos, el autor estructura seis capítulos. En el primer capítulo, "El puerto, espacio polifuncional", se recrea la palpitante vida cotidiana en los puertos costeños, destacando que en esos lugares se desplegaba una intensa actividad productiva, social, cultural y simbólica. Para estudiar esa apasionante realidad, el autor acuña la categoría de "cultura portuaria", una cultura mestiza en la cual convergen diversos elementos socio-raciales, geográficos, culturales y productivos que adquieren una fisonomía propia en el medio portuario y ribereño de la costa atlántica. Se destacan las |subculturas laborales de marineros y gentes de las más diversas procedencias, que de forma autónoma y espontánea recrean lenguajes, símbolos, conocimientos, costumbres, rituales, leyendas, chistes y supersticiones. Además, teniendo en cuenta las condiciones en que se configura, se puede decir que esta cultura portuaria era "iconoclasta, mundana e innovadora, si se le compara con el ideal católico de la sociedad"

Ahora bien: es interesante resaltar que al autor relaciona muy convincentemente las características de la cultura portuaria con la geografía de la protesta, destacando el papel seminal que desempeñaron las luchas de los trabajadores portuarios en la conformación del proletariado colombiano, lo que estaba alimentado por las influencias ideológicas, políticas y culturales que llegaban a los puertos, lo que, entre otras cosas, no ha sido exclusivo de Colombia sino que reproducía experiencias similares de otros lugares del mundo en donde los puertos se convirtieron en el epicentro de las primeras luchas contra el naciente capitalismo. 

Pero además, como el autor también lo destaca, los trabajadores del transporte se convirtieron en una significativa fuerza laboral en la medida en que desarrollaban una actividad esencial para el funcionamiento del capitalismo, lo cual les confería una importancia estratégica, pues una huelga o una protesta inmediatamente repercutía sobre toda la actividad económica y sobre buena parte del territorio colombiano. De esta forma, se establece una relación directa entre la importancia económica del naciente sistema de transportes, en el que descollaban los puertos costeros y los ribereños del río Magdalena, con la emergente cultura portuaria, vinculando las condiciones materiales de vida y de trabajo a la subjetividad de los individuos y sectores que en ella intervenían.

En los capítulos dos y tres, respectivamente se estudia a los braceros y los tripulantes, constituyéndose, que se sepa, en el primer intento sistemático de la historiografía colombiana de analizar seriamente y con profundidad este aspecto. Porque en general hasta ahora, en los diversos estudios sobre la clase obrera colombiana y sus luchas, se señalaba el papel desempeñado por los trabajadores de los puertos y de los transportes, pero no existía una descripción, análisis y recopilación de fuentes tan sistemático y organizado como el que se presenta en la obra que estamos reseñando.

En cuanto a los braceros, que desempeñaban la labor aparentemente más simple desde el punto de vista de su cualificación, se destaca que procedían de diversos sectores geográficos, por lo general próximos a los puertos, que fueron llegando en sucesivas oleadas migratorias. Su labor, ruda y prolongada, no contaba con ningún tipo de protección laboral, por lo que al cabo de unos cuantos años se apreciaba en el cuerpo de esos vigorosos hombres el rigor del esfuerzo físico realizado. Es notable el análisis de las cuadrillas de braceros como un mecanismo no sólo de organización autónoma de los trabajadores para realizar de forma colectiva labores engorrosas sino también para negociar de una manera más adecuada con los empresarios y mantener el empleo y cierto nivel de salarios. En ese proceso, los braceros van forjando una identidad social que los distingue de otros trabajadores, y eso se "debió tanto al crecimiento de la economía portuaria y transportadora, como a los conflictos por razones económicas y por las formas de contratación y de control del mercado laboral"

Este análisis recupera la visión de Edward Thompson, para quien la existencia objetiva de la clase no es lo fundamental, pues es más importante la forma como en el proceso de lucha se adquiere conciencia de su existencia; asimismo, se retorna la noción del autor inglés sobre la "economía moral de la multitud" para resaltar que la identidad de los braceros se forjó reivindicando unas tradiciones ancladas en el trabajo colectivo y en el bien común.

En cuanto a los tripulantes, se destaca que, siendo más reducidos en número que los braceros, tienen también un origen muy diverso, pero provienen en lo fundamental de las gentes que viven a la orilla de los grandes ríos. Muchos de los tripulantes de las embarcaciones de vapor que surcaban el Magdalena habían sido bogas anteriormente. Por esta razón, el autor se detiene a analizar a los bogas, sus formas laborales, sus comportamientos, sus tradiciones y costumbres, su lenguaje, sus cánticos y su diversa manera de percibir su trabajo. Pero, con el tiempo, los tripulantes empezaron a asumir su propia identidad y a diferenciarse de los bogas, lo que estuvo determinado por los parámetros laborales que fue asumiendo su oficio, entre los cuales se destacaban: disciplina y control de su tiempo en los barcos; control del tiempo en los puertos; el salario que recibían era pagado por la oficialidad de los vapores y no directamente por los pasajeros. "En la diferenciación del tripulante del boga influyeron factores como la modernización de las compañías navieras, la influencia de ideologías radicales entre los trabajadores [...], las presiones ejercidas por el Estado y el empeño de algunos sectores de artesanos y obreros esforzados en mejorar la imagen de los sectores populares para contrarrestar la visión despectiva que sobre éstos tenía la elite del país"

. Hay que destacar que en este capítulo se efectúa un interesante análisis sobre el significado histórico del término |boga, apelativo despectivo para referirse a aquellos que se encontraban en los champanes y que empezó a ser abandonado por los tripulantes de los vapores como parte de ese proceso de identificación social, de dignificación de su profesión y de reconocimiento de su trabajo por parte del resto de la sociedad de los puertos.

En los capítulos cuarto y quinto se analizan otros dos sectores en la jerarquía social y laboral: la oficialidad y los mecánicos. Acudiendo a la categoría de subcultura laboral, el autor se detiene a estudiar con detalle las características que asumen los dos sectores mencionados. En el caso de la oficialidad destaca la forma como adquieren prestigio y reconocimiento por parte de las elites dominantes los capitanes, destacando los aspectos legales que regulan esta actividad, los requisitos que se debían cumplir para llegar a ser capitán, las jerarquías internas de la oficialidad, así como los comportamientos, actitudes y patrones dominantes que asume. Pero también se destaca que esa elitización de los oficiales no fue eterna, pues en la década de 1920 es notorio un proceso de proletarización de estos sectores, en la medida en que el capitalismo penetra en el sistema fluvial de transportes, implementando una división del trabajo entre la propiedad y el mando e impulsando nuevas formas de control y subordinación de todos los oficios. 

El mundo laboral de los puertos quedaría incompleto si no se considerara a los mecánicos. Éstos surgieron como una profesión manual imprescindible para el funcionamiento de la economía portuaria. Dado el desprecio por las artes manuales en todo el país, los primeros mecánicos aparecen de manera espontánea, aprendiendo de su propia experiencia, basada en el método empírico del ensayo-error. Sin embargo, como el oficio de mecánico, a diferencia de la mayor parte del trabajo artesanal, requería de algunos conocimientos teóricos, como las matemáticas, en su configuración confluyeron conocimientos, experiencias y culturas de trabajadores de diversas profesiones y procedencias geográficas, tanto de Colombia como de otros países.

Para concluir el análisis, el libro se cierra con un breve capítulo sobre la proletarización de los oficios, resaltando que en la década de 1920 todos los grupos sociales de la economía portuaria, incluyendo a los oficiales, conocieron un proceso de proletarización, lo cual fue resultado del mayor control que empezaron a ejercer sobre todas las actividades laborales tanto los empresarios como el gobierno central. A medida, entonces, que los diversos grupos de trabajadores perdían autonomía y control sobre su propio tiempo, la proletarización se impuso como forma de subordinarlos a la lógica capitalista. Por supuesto que este proceso no se presentó de un día para otro, y tampoco sin resistencia, puesto que los trabajadores de los diversos oficios lucharon por preservar su independencia y mantener sus propias tradiciones y valores, y, cuando la proletarización era un hecho, asumieron mediante la lucha nuevas formas de identidad buscando mejores condiciones laborales, reconocimiento y respeto por parte de los empresarios capitalistas del transporte.

Infortunadamente, el tema relacionado con los conflictos sociales propiamente dichos no es estudiado a fondo por Solano de las Aguas, pues solamente se limita a bosquejarlo. Al respecto, se nota la ausencia del estudio sistemático de las luchas de los diversos sectores sociales (braceros, tripulantes, mecánicos), de sus influencias ideológicas y políticas, de sus mecanismos organizativos y de resistencia, de las grandes huelgas que se presentaron en los puertos de la costa, y de los elementos simbólicos presentes en las reivindicaciones que se agitaron durante las décadas de 1910 y 1920 en las luchas que allí se libraron.

Salvo esta carencia, por lo demás el libro está muy bien escrito, apreciándose un tratamiento muy fino de las diversas cuestiones consideradas. También se nota una lectura cuidadosa de las fuentes secundarias y teóricas existentes sobre esos temas. Adicionalmente, en la investigación se efectuó una consulta sistemática y rigurosa de un amplio cúmulo de fuentes primarias, entre las que sobresalen memorias de viajeros, libros de la época, periódicos y crónicas. En síntesis, el libro comentado se constituye en un aporte significativo para el conocimiento de un olvidado aspecto de la historia colombiana y que cae muy bien en estos tiempos de indigencia investigativa, cuando los historiadores -para usar un símil de la temática del librose han extraviado en el insondable mar de las modas de la historia cultural y del giro lingüístico. Lamentablemente, una investigación de tanta calidad habría merecido un libro mejor editado, sin ese formato tipo revista, inaprensible e inmanejable, tan poco atractivo para el lector.

RENÁN VEGA CANTOR
Profesor titular, Universidad Pedagógica Nacional
El pueblo unido jamás será vencido

|Gente muy rebelde. Protesta popular y modernización capitalista en Colombia (1909-1929)
|Renán Vega Cantor
Ediciones Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002, 4 vols.

Cada uno de los cuatro tomos que componen la obra |Gente muy rebelde está dedicado a la personalidad más representativa de la temática del tomo en particular y de la época en que transcurre la obra: |Enclaves, transportes y protestas obreras está dedicado al sindicalista tolimense Raúl Eduardo Mahecha (1884-1940), el líder obrero y antiimperialista más importante de los años veinte; |Indígenas, campesinos y protestas agrarias resalta la memoria del líder indígena caucano Manuel Quintín Lame Chantre (1880-1967), luchador indígena que bajó de la montaña al valle para defender los derechos de su raza; |Mujeres, artesanos y protestas cívicas hace lo propio con la antioqueña María de los Ángeles Cano Márquez (1887-1967), la Flor del Trabajo, pionera del movimiento obrero y popular a finales de los años veinte en Colombia; |Socialismo, cultura y protesta popular destaca al antioqueño Ignacio Torres Giraldo (1892-1968), el líder sindical e intelectual de su clase que militó en el socialismo y en el marxismo. Cada uno de ellos está acompañado por unos bien escogidos epígrafes.

Los cuatro tomos, el conjunto de la obra, corresponden a una obsesión de cerca de dos decenios del profesor Renán Vega Cantor por investigar, conocer y divulgar las luchas sociales en las primeras décadas del siglo XX, trabajo que durante el mismo espacio de tiempo Vega Cantor realizó poco a poco, al margen de otros proyectos intelectuales | 1 que han sido muy fructíferos, algunos de ellos relacionados con el tema de la obra que nos ocupa, sacándoles tiempo a actividades académicas, laborales y posiblemente particulares, afrontando y cazando enfrentamientos y contradicciones con el establecimiento intelectual y académico.

Sólo en los últimos tres años el autor se sentó a ordenar, elaborar y redactar, con el fin de obtener su título de doctor en estudios políticos de la Universidad de París 8, Vincennes, con el que obtuvo la máxima distinción académica de la universidad francesa "muy honorable con felicitaciones", por las 1.606 páginas, entre texto, documentación original (la cual está resaltada en recuadros, y mucha de ella son testimonios, artículos y análisis verdaderamente olvidados por la historiografía nacional), gráfica y bibliografía, que suman el total de los cuatro volúmenes. Los más voluminosos son el primero ( |Enclaves, transportes y protestas obreras) y el cuarto ( |Socialismo, cultura y protesta popular). El conjunto es una muy balanceada obra donde la solidez de la argumentación está sustentada en una cuidadosa y larga investigación, la que se halla divinamente conjugada con la parte gráfica y documental, constituyéndose en un magnífico complemento a la bien cuidada narración y al sesudo análisis adelantado por Vega Cantor, lo que da como resultado novedosos aportes a la discusión, especialmente en lo que tiene que ver con el incremento de la proletarización de amplios sectores, tanto de hombres como de mujeres, de la población colombiana y la conformación y consolidación de los cuatro centros urbanos: Bogotá, Barranquilla, Cali y Medellín, en los que irrumpió el capitalismo de manera arrolladora. Aunque |Gente muy rebelde es una obra en bloque, nos parece que el autor tiene razón cuando expresa que "cada volumen fue elaborado como una unidad orgánica que puede ser leída por separado, sin necesidad de recurrir al resto de la obra para ser entendida"

|Gente muy rebelde tiene un antecedente importante en los cinco tomos (1.442 páginas) de |Los inconformes. Historia de la rebeldía de las masas en Colombia (1974) de Ignacio Torres Giraldo. Con un ingrediente muy importante: mientras la obra de Torres Giraldo abarca tres siglos de rebeldía popular, la de Vega Cantor trata sólo de veinte años, de 1909 a 1929, que en la mencionada obra pionera son trabajados en los tomos III y IV. Obviamente que las condiciones de ambos autores son diferentes: el pionero investigó y escribió su obra como resultado de sus aproximadamente veintiocho años de actividad sindical y en respuesta a ciertas frustraciones políticas; mientras que la de Vega tiene motivaciones quizá políticas pero fundamentalmente académicas e investigativas. Comparten, eso sí, un interés, no evidente en Torres Giraldo pero abiertamente expresado por Vega Cantor: contribuir analítica y documentalmente, con un alto compromiso, a la ahora olvidada, pero necesaria, historia social, en aspectos un tanto dejados de lado, como son los de la clase obrera, los sectores populares y la protesta social. Así, la obra que nos ocupa no sólo es un aporte importante a la historia social colombiana, sino un llamado de atención a ver con otros ojos la historia y la historiografía colombianas, pues muestra ciertas falencias de ésta y deja el campo abierto a posibles investigaciones.

En la presentación general de la obra y en algunos capítulos de cada uno de los tomos, Vega Cantor, con su afilada y crítica pluma, hace cáusticos comentarios sobre las tendencias actuales de la historiografía colombiana y ciertas y evidentes actitudes de los historiadores colombianos que podría decirse son "desviaciones" del oficio del historiador, lo que de alguna manera es también evidente en las demás ciencias sociales colombianas. Sin embargo, en cierta manera, las modas intelectuales han logrado ampliar el universo del conocimiento de la historia nacional. Lo triste es que, mientras éstas dominan el mercado intelectual y editorial, los que no comparten esas tendencias sean injustamente relegados,

|¿Fin de la historia o desorden mundial? Crítica de la ideología del proceso y reivindicación del socialismo (1994); José María Arguedas. Antología (1991); Economía y violencia (1990); Colombia entre la democracia y el imperio (1989); Crisis y caída de la República Liberal (1988); Marx y el siglo XXI (2 volúmenes); Historia: conocimiento y enseñanza; El caos planetario; ¡ |Déjenos hablar! |; Neoliberalismo: mito y realidad. Coautor de Obreros, colonos y motilones. Una historia social de la concesión Barco 1930-1960 (1995); Ideal democrático y revuelta popular (1991-1998).

Con un recuadro ilustrado por un numeroso grupo de beatas hincadas de rodillas, arropadas de la cabeza a los pies y de camándula en mano, Ricardo Rendón, en una de sus famosas caricaturas, presentaba a un niño preguntan do a su abuelo: “¿Es cierto abuelito que María Cano es una gran oradora?” y él le respondía: “Debe ser cierto mijito, porque en este país todas las mujeres son unas grandes oradoras”. Esta pincelada sobre la mentalidad de la época en torno de las mujeres permite vislumbrar no sólo los desafíos y las rupturas que asumió María de los Angeles Cano Márquez, sino el impacto que sobre una sociedad pacata y moralista tuvo su opción pionera por la agitación de las ideas socialistas y la organización del movimiento de los trabajadores en los años veinte en Colombia.
Nacida en Medellín en 1887, provenía de una familia culta y humanista de educadores, periodistas, artistas, músicos y poetas de raigambre radical, tanto por parte de su padre don Rodolfo, como de su madre doña Amelia. María se educó en los colegios laicos, independientes del confesionalismo imperante, que regentaba su padre.

Sus primeras incursiones públicas empiezan con su vinculación al movimiento literario de principios de los años 20 en Medellín. Junto a destacados intelectuales librepensadores integra la tertulia Cyrano, que posteriormente publica una revista con el mismo nombre y de la cual es la única columnista femenina. Recibe influencia del movimiento literario de mujeres de fines de la década de los años 10, gestado principalmente en países del sur del continente (Agustini, Storni, Ibarbourou y Mistral). Colaboró en El Correo Liberal (1923) y junto con las escritoras María Eastman y Fita Uribe iniciaron el camino de la actividad literaria femenina de aquella época, que pronto se imitó en varias regiones del país. Fue en “las montañas antioqueñas donde nació el canto nuevo, donde la mujer es más oprimida, rompió primero la red de convencionalismos” (Luis Tejada, El Correo Liberal,

Salvo lo publicado durante esta época, realmente muy pocos son los textos que testimonian su pensamiento en el período posterior de su vida dedicado a la agitación política, ya que la prensa registraba principalmente su impacto sobre las masas. Su transición del romanticismo intimista a la proyección social de sus inquietudes vitales se aprecia a partir de su interés por lograr que los obreros accedieran a la lectura. En marzo de 1924 expresó su anhelo de abrir una biblioteca popular gratuita, convocó a periódicos y librerías a donar materiales, y en mayo ya tenía organizado este servicio en la Biblioteca Municipal e invitaba a los obreros a que “...gustéis conmigo el placer exquisito de leer” (El Correo Liberal, 05-05-24) y se ofrecía a leer para aquellos que no pudieran hacerlo.

Así comenzó su acercamiento a la vida de los artesanos y pobres de la ciudad, que en mayo de 1925 la proclamaron Flor del Trabajo, una de las formas pintorescas de la época a través de las cuales se exaltaba a las mujeres de clase media y alta para entrar como reinas a espacios para ellas negados: el mundo del trabajo asalariado, o el mundo universitario en el caso de las reinas de los estudiantes.
Así inicia el ciclo de su vida pública, caracterizada por una intensa actividad en favor de los trabajadores y en cuya primera etapa incluye desde visitas a los centros fabriles hasta labores en comités y comandos populares. Con el traslado de un grupo de obreros de la Tropical Oil Co. de Barrancabermeja a la cárcel de Medellín, realiza su primera intervención pública, en una manifestación que reclamaba justicia para los presos sociales. Posteriormente, junto con el ex presidente de la República Carlos E. Restrepo, llevó la palabra en una multitudinaria movilización contra la pena de muerte y en defensa de las libertades públicas; con su aguerrida intervención irrumpe ante la opinión pública nacional. En una pequeña ciudad en la que la defensa de la moral provocaba plebiscitos para hacer retirar de una vitrina a la Venus de Milo, aparece esta ágil y menuda mujer de 38 años, que se toma las calles y plazas en nombre de la libertad y la igualdad, dispuesta a enfrentar al régimen conservador, a luchar contra la ignorancia y la explotación de los asalariados y contra la voracidad de las compañías yanquis.

Comienza en 1925 las giras que la hicieron famosa en todo el país. Las gentes se lanzaban a la calle, primero para apreciar a esa curiosa mujer que hablaba en público sobre asuntos de hombres, y cuando se la escuchaba provocaba la adhesión de los pobres y la indignación de las élites. Su primera gira fue a la zona minera de Segovia y Remedios, después de la cual su lenguaje adquirió un carácter claro y directo:

“...Compañeros en pie. Listos a defendernos. Seamos un solo corazón, un solo brazo. Cerremos filas y adelante, Un momento de vacilación, de indolencia, dará cabida a una opresión más a nuevos yugos. Valientes soldados de la Revolución Social, ¡en marcha! ¡Oid mi voz que os convoca! (La Humanidad, Cali, 22-12-25). En 1926 trabajó en la preparación del III Congreso Nacional Obrero, para lo cual realizó una extensa gira por la carretera desde Medellín hasta Ibagué en compañía de su pariente el dirigente socialista Tomás Uribe Márquez. En Bogotá, el Congreso Obrero la elige directiva del mismo, así como a quienes continuarían siendo sus compañeros de lucha: Ignacio Torres Giraldo, Raúl E. Mahecha, Tomás Uribe M. y Alfonso Romero. Preside una delegación ante el gobierno nacional para pedir la liberación de los presos políticos y sociales. El Congreso la proclama Flor del Trabajo de Colombia y ella asume el compromiso de laborar por el Partido Socialista Revolucionario.

En los años 27 y 28 realizó una intensa actividad propagandística en amplias zonas del país. Se movilizaba en carro, mula, caballo, ferrocarril; navegaba por nuestros ríos y en ocasiones se trasladó por vía aérea. Recorrió a Boyacá, las riberas del río Magdalena, Caldas, Valle, Antioquia, Cauca, Santander y la Costa atlántica. En estas giras era recibida por multitudes que se agolpaban en las terminales ferroviarias para saludarla y acompañarla en sus concentraciones. En varias ocasiones fue detenida, en otras obligada a caminar kilómetros bajo vigilancia policiva hasta dejarla en predios de un departamento vecino, en veces fue recibida con fusilería para dispersar a sus manifestantes. Hostigaba a los ricos por la injusticia social, al gobierno por la represión a la oposición, confrontaba y denunciaba a las compañías norteamericanas bananeras, petroleras y mineras y al gobierno nacional por no garantizar el respeto a la integridad de los trabajadores y a la soberanía nacional.
Al regresar a Medellín en marzo de 1928 participó activamente en las campañas de solidaridad con Nicaragua, invadida por tropas estadounidenses, así como en el Comité de Lucha por los Derechos Civiles contra la Ley Heroica y para lograr garantías para la oposición.

La huelga de las bananeras fue reprimida violentamente en noviembre de 1928, produciéndose una masacre de obreros; la represión desatada llevó a María a prisión junto con sus compañeros en Medellín. Estos hechos, así como la recesión de 1930, incidieron en la extinción de labores el Congreso Obrero Nacional y al fraccionamiento del PSR. Las confrontaciones internas en el socialismo y el trato de que fue objeto, la marginaron de la lucha social y a partir de 1930 se vinculó como obrera a la Imprenta Departamental de Antioquia y luego pasó a servir a la Biblioteca Departamental. Sin embargo, en 1934 apoyó activamente la huelga del Ferrocarril de Antioquia. Posteriormente se hunde en el absoluto silencio, mientras en su ciudad se cuida con rigor a las hijas para que no acaben convertidas en temidas Maríacanos, término acuñado para denominar a las jóvenes rebeldes.

En 1945 las mujeres sufragistas le ofrecen un homenaje en Medellín. Recién derrotado el nacismo, dice: “Un mundo nuevo surge hoy de la epopeya de la libertad, nutrida con sangre y con llanto y con tortura. Es un deber responder al llamado de la Historia. Tenemos que hacer que Colombia responda. Cada vez son más amplios los horizontes de libertad, de justicia y de paz. Hoy como ayer soy un soldado del mundo” (Diario Popular 07-26-45). Murió en su ciudad natal en 1967
Desabridas crónicas sobre curas y militares

Titulo del libro reseñado: La rebelión de las provincias. Relatos sobre la Revolución de los Conventillos y la Guerra de los Supremos
Autor del libro reseñado: |Álvaro Ponce Muriel
Editorial del libro reseñado: Intermedio Editores, Bogotá, 2003, 270 págs.

La guerra ha sido una constante de la historia colombiana de los siglos XIX y XX, como se evidencia con el recuento de los cruentos conflictos civiles que asolaron al país desde el periodo de la "Patria boba" hasta la guerra de los Mil Días (1899-1902), así como de las sucesivas oleadas de violencia que desde mediados de la década de 1940 han ensangrentado gran parte del actual territorio nacional. Teniendo en cuenta el trasfondo bélico de nuestra historia, la investigación social tiene ante sí un inmenso laboratorio de problemas para examinar las razones de larga duración que explican su

proyección hasta el día de hoy. Sin embargo, la moderna historiografía colombiana ha privilegiado el estudio de la violencia de los últimos sesenta años, descuidando el análisis de las guerras civiles del siglo XIX. En efecto, sobre las nueve guerras civiles generales de ese siglo, así como sobre los innumerables levantamientos locales y regionales, existen muy pocos estudios, tal vez con la excepción de la guerra de los Mil Días, que mereció cierta atención recientemente con motivo de su primer centenario.

Esta carencia historiográfica pone de manifiesto la importancia de los estudios relacionados con nuestras guerras civiles, con más veras en un momento en que el actual presidente de la república sostiene sin ningún rubor que aquí y ahora no existe un conflicto interno y que, mucho menos, está relacionado con problemas históricos nunca resueltos (como el monopolio terrateniente del suelo, para mencionar el más evidente). El estudio histórico con profundidad de nuestras guerras civiles debería servir para pensar en los problemas de nuestro tiempo con una perspectiva amplia e inscrita en el ámbito de situaciones políticas, económicas, sociales y territoriales que, guardando las debidas proporciones históricas, deben tener alguna relación con lo que acontece en la actualidad, lo que debería ayudar a superar las posturas mesiánicas que suponen que la historia empieza de cero y que antes del "redentor" de turno no ha existido algo digno de ser tenido en cuenta que haya originado los problemas del presente y que contribuya a explicarlos y a entenderlos.

Esto no quiere decir tampoco que se deba incurrir en anacronismos para proyectar en el pasado los problemas de nuestro presente, sino más bien que a la luz de estos problemas se debería iluminar, para usar el término de Walter Benjamín, cualquier tema del pasado; eso sí, estudiándolo en su respectivo contexto y considerando sus peculiaridades históricas.

Este tipo de divagaciones sobre la importancia de estudiar nuestras guerras civiles surge a raíz del libro de Álvaro Ponce Muriel sobre la Revolución de los Conventillos y la Guerra de los Supremos que se originó en el sur del país, más exactamente en la provincia de Pasto en 1839. En la introducción, su autor advierte que el libro es un conjunto de crónicas que "aspiran a propiciar una nueva visión de unos hechos que en su momento fueron intensamente manipulados para encajarlos en la |historia oficial, empeñada en crearle legitimidad a gobiernos autoritarios heredados del régimen colonial y que, arguyendo la defensa de una etérea unidad nacional, aplastaron de manera inexorable cualquier tipo de sentimiento autonomista que aflorara entre las gentes de las regiones"

Por desgracia, gran parte de este prometedor anuncio no se desarrolla en el libro, empezando porque la disputa con la historia oficial se hace en los mismos términos tradicionales que la caracterizan, esto es, como una historia de individuos aislados ("grandes hombres"), militares, clérigos, dirigentes políticos y magnos eventos (sobre todo, batallas). Estos rasgos de la historia oficial (vale decir, "historia patria" colombiana) son exactamente los que se reproducen en este libro, pues a lo largo de sus veinte capítulos desfilan ante nuestros ojos los mismos héroes de la historia oficial y se privilegia la descripción del mismo tipo de sucesos y acciones (batallas, excomuniones, pugnas entre facciones armadas), sin que se aprecie ningún intento de explicar los acontecimientos centrales que se pretenden historiar (la revolución de los Conventillos y la guerra de los Supremos). Para avanzar en la dirección de una historia explicativa hubiera sido necesario referirse a otros aspectos, siempre dejados de lado por la "historia patria", tales como los contextos socioeconómicos y culturales, que contribuyen a entender las razones estructurales que explican un determinado acontecimiento.
Además, hay un alejamiento permanente del objeto de estudio (una guerra civil específica) en la medida en que se recurre a un recuento genérico sobre los caudillos y los clérigos que tomaran parte en ella, limitándose a hacer un relato descriptivo de sus vidas desde la época de la independencia, pero sin intentar escudriñar en las bases materiales de su poder. Que los personajes individuales son el centro de la obra queda demostrado con la cantidad innecesaria de ilustraciones de esos mismos personajes que acompañan el libro, procedimiento similar al empleado en los más conservadores textos escolares de "historia patria" o en las obras publicadas por la Academia Colombiana de Historia o las academias regionales.

Las menciones a la guerra propiamente dicha ocupan sólo unos cuantos capítulos, sin que quede la satisfacción en el lector de haber entendido al final de esas páginas cuáles fueron las causas reales que motivaron el conflicto, porque, a pesar del loable objetivo del autor en criticar las posturas centralistas y autoritarias que han caracterizado la historia de la construcción del Estado-nación en Colombia, señalando la existencia de intereses regionales tras gran parte de los levantamientos armados del siglo XIX, no hay elementos sólidos que ayuden a entender, por lo menos en el caso de los Supremos, en qué radicaban las diferencias entre las provincias del sur del país y el gobierno central. El autor se limita a describir personajes y sucesos, a manera de crónicas, sin explicar el trasfondo de los acontecimientos, permaneciendo prisionero de la forma más convencional de escribir historia política; esto es, manteniéndose atado a los discursos de sus mismos protagonistas. Además, en algunos casos recurre a malabares bastante extraños como cuando para hablar de Francisco Villota, clérigo de Pasto y personaje central del libro, cita en forma reiterada a san Juan de la Cruz. Lo llamativo del caso es que este autor no es citado sólo como influencia religiosa e intelectual del cura Villota -en lo que no habría ningún inconveniente- sino para describir las propias acciones vitales de este último, como si se pudiera traspapelar la vida del uno al otro cuando vivieron en épocas diferentes.

El libro tiene otros problemas adicionales, entre los que se pueden destacar dos: su estructura y el abuso de las citas textuales. En cuanto a su estructura, el texto es absolutamente plano, cronológico y descriptivo, y las diversas crónicas que configuran cada capítulo están simplemente superpuestas, sin que exista un hilo explicativo coherente y convincente a lo largo de la obra. Así, sucesivamente se va de la independencia, a los clérigos, a los caudillos militares, a la supresión de los conventos menores, a la guerra de los Supremos, a la paz posterior, a las reformas de medio siglo, a la presidencia de Obando, al federalismo, sin que queden claros los objetivos que se persiguen con esa insulsa acumulación de datos.

A su turno, las citas textuales son frecuentes, excesivamente largas y en muchos casos innecesarias, lo que acontece, por ejemplo, con las resoluciones del gobierno central, las cartas de algún caudillo o clérigo y los partes de guerra, que bien habían podido resumirse o presentarse concisamente. Al respecto, es elocuente el capítulo titulado "Los conventillos se convierten en bandera de batalla", de cuyas dieciséis páginas doce están formadas por interminables citas, dos de ellas de tres páginas cada una. En este caso se observa poco esfuerzo de elaboración y de síntesis, como también acontece en otros capítulos, en donde se incurre en citas de dos o tres páginas, muchas de ellas absolutamente secundarias, de las que se podría prescindir sin que eso alterara para nada la descripción; antes por el contrario, la haría más fluida y atractiva para el lector.

Un tema central que atraviesa el libro, el del conflicto Iglesia-Estado desatado tras la independencia, no es estudiado con profundidad, aunque se mencionan elementos interesantes sobre el Patronato, la masonería y los curas patriotas que sirvieron a la causa de la emancipación y a la naciente administración republicana. Pero ésas son sólo pinceladas sueltas, o simples esbozos, porque no existe ningún análisis sustancial que los vincule con la guerra de 1839, en donde precisamente la Iglesia va a desempeñar un papel crucial. Resulta desconsolador que no se analice con seriedad el papel de la Iglesia, cuando en ciertos apartes el autor critica de paso el poder material de esa institución, y a los conservadores, tipo Sergio Arboleda, que se aliaron con ella. Era de esperarse que, con esos enunciados críticos, que también se extienden al centralismo asfixiante del Estado colombiano, el autor profundizara en el esclarecimiento de un tema tan crucial para entender la intolerancia política colombiana, como es el relacionado con la influencia social y cultural de las jerarquías eclesiásticas. Pero nos quedamos esperando eso para otra oportunidad, porque en el libro que hemos comentado ese análisis brilla por su ausencia.
Para concluir, en lo relativo al estudio de las guerras civiles -tema con el que iniciamos esta reseña-, al cerrar el texto de Álvaro Ponce Muriel queda uno con la sensación de no haber avanzado un ápice en la explicación a fondo de por lo menos una de ellas, la de los Supremos. Esta guerra, como las otras del siglo XIX, sigue esperando a aquellos historiadores que rebasen la simple crónica; es decir, que no se limiten a describirnos los acontecimientos políticos y militares más evidentes, sino que intenten aproximarse a las razones que la explican y a los sectores sociales que en ella participaron (peonadas de indios, negros y mestizos), puesto que, a propósito de esto último, parafraseando a Bertolt Brecht, podemos preguntar si los caudillos supremos de la guerra de 1839 no necesitaron siquiera a un humilde cocinero para librar sus "heroicos" combates. Por lo visto, en el libro comentado la respuesta parece ser que no requerían a los humildes y menesterosos, sencillamente porque para la "historia de bronce", un género muy cultivado en este país, la historia real sólo la hacen los "grandes hombres", sean estos curas, militares o gamonales.
La humanidad, el periódico obrero de los años veinte 

MAURICIO ARCHILA N.
Profesor asistente, departamento de historia, Universidad Nacional.
Los estudios históricos en Colombia
1969 – 1979

Jorge Orlando Melo
Las consecuencias más relevantes de la expansión de las vías de comunicación se refieren por supuesto a la interconexión por ferrocarril o carretera de regiones aisladas, al incremento de la carga transportada, la cual más que se duplicó entre 1923 y 1928, y a una incierta rebaja de los fletes de transporte, aspectos a los que tornaremos más adelante.
El Estado, si bien no se modificó en su naturaleza, al menos sí en sus alcances, adecuando los instrumentos institucionales a la administración de la bonanza. Desde el comienzo mismo de la administración de Pedro Nel Ospina, iniciada el 7 de agosto de 1922, se insinuó un estilo de administración pública que el propio presidente definía en una fórmula precisa: “Colombia necesita un gerente” que se encargara de reorganizar las finanzas públicas en franco deterioro, del sistema monetario y bancario, y, sobre todo, de la promoción del desarrollo económico desde el Estado.
CUADRO 5.6 CRECIMIENTO DE LA RED FERROVIARIA:
KILOMETROS EN USO PARA LOS AÑOS
SELECCIONADOS 1914-1934
FUENTE: William P. McGreevey, Historia Económica de Colombia, 1845-1930, Bogotá, 1975. En julio de 1923 se expidió la Ley 5ª, que creaba el Banco de la República, al cual se encargó inicialmente del reordenamiento del caótico sistema monetario, en el que la más variada cantidad de documentos hacía las funciones de medios de pago. La creación del Banco representó el tránsito de la incertidumbre financiera tradicional a una organización monetaria y crediticia estable, mediante la cual se pudo adoptar una moneda única, el billete convertible, reglamentar el crédito y la circulación monetaria, vigilar el mercado cambiario, centralizar las reservas de oro de la nación, en fin, todo lo pertinente a las funciones de un Banco Central.

En la creación del Banco se dispuso de las recomendaciones de la misión financiera encabezada por Edwin Walter Kemmerer, contratada por el gobierno en 1923, la cual propuso una reforma bancaria en la que se reglamentaba el funcionamiento de los bancos comerciales, hipotecarios, agrícolas, ganaderos y prendarios, especializando la banca en distintas funciones. Además, la misión formuló una serie de recomendaciones que se reflejaron en la organización fiscal del Estado, en términos del manejo presupuestal y administrativo, de los impuestos, de la contabilidad nacional y del control fiscal, mediante la creación de la Contraloría General de la República.

En 1924 se creó el Banco Agrícola Hipotecario, con el objeto de impulsar la agricultura y servir como instrumento de canalización de crédito para este sector. Se creó además el Departamento Nacional de Provisiones y se iniciaron las gestiones para el establecimiento de los Almacenes Generales de Café, encargados de regularizar lo concerniente a compras, ventas y comercialización externa del grano. Además, se reorganizó el Ministerio de Industrias y en 1926 se formularon las bases de un programa de fomento para la agricultura, como resultado del cual se establecieron algunas estaciones y granjas experimentales, cuya actividad en investigación y difusión mostraría su importancia pocos años más tarde en diversos cultivos.

Del mismo modo, se amplió la intervención del Estado en el ámbito social y laboral mediante la creación en 1924 de la Oficina General del Trabajo, encargada de regular las relaciones entre el capital y el trabajo, y se expidieron varios decretos y leyes para ordenar los procesos de ocupación de tierras, de colonización y de baldíos, con lo cual se crearía un instrumento que, al menos parcialmente, serviría para afrontar los conflictos sociales nacidos de la expansión económica.

No se trataba pues, solamente, de una mayor presencia del Estado en la economía mediante el gasto público, sino de los comienzos de un orden institucional en el campo económico mediante el cual el Estado asumía nuevas funciones en el proceso de modernización del país. 3. La urbanización, la industria y el mercado de trabajo Al amparo de las obras públicas y del crecimiento económico, la estructura social del país comenzó a modificarse. El desarrollo industrial, de alguna significación durante estos años, y el enganche de trabajadores para las obras públicas, acentuaron los flujos migratorios normales, experimentándose entonces un rápido crecimiento de la población urbana y nuevas opciones laborales, que se reflejaron sobre todo en la diferenciación de los salarios entre actividades agrícolas y no agrícolas.

En cuanto al desarrollo industrial y pese a sus avances, el país se había caracterizado hasta los años veinte por un retraso relativo con respecto a los países grandes de América Latina. Todavía en 1925 la industria sólo representaba el 10% del producto nacional. Tal rezago estaba asociado en parte a la escasez de recursos en moneda extranjera que impedía la dotación de maquinaria y equipo; pero sobre todo a la escasa división del trabajo y a las precarias dimensiones del mercado interno —por el bajo ingreso per cápita y la carencia de vías de comunicación que restringía el mercado a un ámbito puramente local o regional— y, por último, a la presencia de relaciones de trabajo no salariales en el campo que obstaculizaban la demanda de productos manufacturados.

La superación, al menos transitoria, de esta limitación permitió realizar apreciables inversiones en el sector manufacturero, que elevaron la capacidad productiva de la industria en más de un 50%. Si bien ello no se reflejó de inmediato en la producción, que creció un poco por debajo del 3% anual entre 1925 y 1930, sí fortaleció en todo caso el equipo básico que en los años siguientes contribuiría a su aumento. Entre 1920 y 1929 se crearon 811 nuevos establecimientos industriales. Aunque la mayoría de ellos (533) se orientó a las industrias livianas tradicionales (alimentos, bebidas, tabaco, textiles y confecciones, etc.), la creación de nuevos establecimientos en los sectores de bienes intermedios y metalmecánica era una señal de una incipiente diversificación de la estructura industrial.

Por otra parte, la población urbana creció en un 24% entre 1925 y 1930, es decir que en sólo cinco años se incrementó en cerca de 400.000 personas. En las cuatro principales ciudades, la población creció en un 31.7% entre estos años, es decir unas 127.000 personas, magnitud nada desdeñable para un país esencialmente rural. Ello estaba asociado a la transformación del mercado de trabajo inducida por los empleos generados no sólo por las obras públicas, que Alejandro López estimaba en 30.000 personas (cifra de todos modos considerable si se tiene en cuenta que la mayoría de las obras se concentraron en la región oriental en la cual, según se anotó, las opciones de empleo no agrícola eran escasas), sino en general en el sector terciario. Además, se produjo una diferenciación de salarios entre la agricultura y las obras públicas, que en Antioquia llegaba casi al 100%, en Santander alrededor del 60% y en el Valle del Cauca alrededor del 20%, sin contar con las diferencias en las condiciones generales de trabajo, sin duda mejores en las obras públicas y en la industria que en las haciendas.

Las fuentes de absorción de empleo se vieron pues modificadas. Hugo López estima que entre 1925 y 1928 la fuerza de trabajo del país aumentó en 140.000 personas, de las cuales el sector agropecuario absorbió el 42.4%, especialmente en el subsector cafetero, la manufactura el 10.8%, la construcción el 12.2%, la minería el 7.8% y los demás sectores (gobierno, comercio, finanzas, transporte, comunicaciones y energía) el 26.4%.

El nuevo escenario de empleo debió de propiciar mayores posibilidades de acción para el incipiente movimiento obrero. Aunque desde comienzos de los años veinte el país venía experimentando alguna agitación social en la áreas urbanas (de un total de 206 conflictos entre 1920 y 1924, 70 fueron huelgas obreras o artesanales, 49 del sector gubernamental, 48 movimientos cívicos regionales, 28 de campesinos o indígenas y 13 de estudiantes), ya a mediados de la década era visible no sólo un crecimiento en la magnitud de los conflictos sino un desplazamiento de éstos hacia los enclaves del petróleo y las bananeras con mucho los de mayores dimensiones en aquellos años, y la proliferación de huelgas en las fábricas de textiles, las trilladoras, el transporte fluvial y terrestre, incluido el municipal. 

A partir de 1926, la creación de la Confederación Obrera Nacional, CON, implicó una agitación obrera más unificada y formas más elevadas de organización que acentuaron de tal modo las luchas obreras, que el gobierno decretó en 1927 la llamada ley heroica, para reprimir la agitación urbana y rural que desde 1925 venía incrementándose. Según un protagonista de la época, Ignacio Torres Giraldo, “no menos de 8.000 dirigentes proletarios y obreros activos en las luchas y sus organizaciones estaban en las cárceles del país al arribo del primero de mayo de 1928”, lo cual por supuesto no impidió la proliferación de huelgas en este año, que culminó con la bien conocida “masacre de las bananeras”, la cual cerró el ciclo de agitación obrera de los años veinte.índice | siguiente


TABLA DE CONTENIDO
CAMBIOS EN EL OBRERISMO, ANTICIPAN LOS POLITICOS
LOS PROBLEMAS PRÁCTICOS DE UNA PERSONA OBRERA
POR LA CREACION DE UNA CONTRACULTURA OBRERA
LA CONFIANZA EN LA RAZON Y LA FE EN EL PROGRESO
EL ALCOHOLISMO ADORMECE AL PUEBLO
LA CONTINUIDAD ENTRE EL "CRISTIANISMO PURO" Y EL SOCIALISMO
LA CLASE OBRERA BUSCA SU INDEPENDENCIA POLITICA
LA MUJER DOBLEMENTE TIRANIZADA, DOBLEMENTE REBELDE
COLABORADORES DE LA HUMANIDAD


EL ALCOHOLISMO ADORMECE AL PUEBLO
Como consecuencia de la valoración de la razón, se desprendía no sólo la necesidad de educar al pueblo, sino también de luchar contra sus comportamientos "irracionales", el alcoholismo en primer lugar. Dado que la chicha y la cerveza no eran las bebidas más comunes entre el "obrerismo" vallecaucano, las baterías de La Humanidad se enfilaron contra el aguardiente. "El alcohol se decía en un artículo sobre "la embriaguez"- lleva a sus víctimas al hospital, a la cárcel y al abismo del desprecio. El bebedor deshonra el hogar y lo escarnece (...) el bebedor es un esclavo sin valor y sin honor" (29, v, 1926). Nuevamente encontramos frases condenatorias del pueblo por ser complaciente con sus cadenas: "He ahí la cadena que soporta el pueblo y [éste] no se atreve a romperla porque se cae su gobierno. El pueblo no quiere que cese la opresión" (16, x, 1926).

La razón fundamental en la crítica al alcoholismo era política -este consumo financiaba al Estado vía las rentas percibidas sobre dichas bebidas-, sin que el sabor moralista propio de la época estuviese ausente. El énfasis político diferenciaba la campaña de estos núcleos obreros contra el alcoholismo, de la emprendida por el clero o por el sector empresarial. La Humanidad condensaría así su visión sobre el alcoholismo: "el obrero que bebe aguardiente es un esclavo tributario del gobierno que lo explota y lo degenera" (13, VI, 1925). Para la Iglesia el problema era de degradación moral, y para la elite empresarial era de pérdida de productividad 7 . Para el Estado y la gran prensa, el alcoholismo era la causa de asonadas, motines y violencias 8 . La tesis subyacente en las páginas de La Humanidad sostenía que el proletariado colombiano no era una "raza inferior" -en el sentido socialdarvinista-, no se encontraba degenerado sino que, por el contrario, estaba llamado a redimir a la humanidad 9 . Mas, para cumplir ese papel, el proletariado debía superar escollos que le impedían avanzar -la falta de educación y el alcoholismo- y que podían "degenerar" a algunos de sus miembros.

El alcohol, y específicamente el aguardiente, se consideraba intrínsecamente malo: "La historia del aguardiente es una de vergüenza, corrupción, crueldad y ruina"; el aguardiente deformaba el rostro y el cuerpo humano, y producía criminales, locos, además de la miseria y la desesperación (7, XI, 1925).

Mientras se escribían virulentos artículos contra el aguardiente, en sus avisos comerciales La Humanidad promovía, ocasionalmente, la venta de vinos de mesa, blancos y tintos (veáse, por ejemplo, 19, VI, 1927) 10 . Así como el "obrerismo" de la región bebía aguardiente y el de Bogotá chicha y cerveza, los vinos eran consumidos por otras clases sociales. Parecería que sólo las primeras bebidas fueran consideradas "alcohólicas". La campaña contra el alcoholismo estaba dirigida, por tanto, no contra el alcohol en sí, sino contra las bebidas embriagantes populares, que eran las que más rentas proporcionaban al Estado y las que contribuían a "adormecer" al pueblo.



El periódico se financió con avisos de pequeñas industrias, que a veces acudían a textos tan curiosos como éste. También anunciaban médicos, abogados y dentistas. Aviso de publicidad con dibujo del caricaturista Rendón
LA CONTINUIDAD ENTRE EL "CRISTIANISMO PURO" Y EL SOCIALISMO
A nuestro entender, La Humanidad, frente a la religión, buscó crear o fortalecer una contracultura obrera a partir de elementos tradicionales propios de la mentalidad colectiva popular: recogió cierta tradición cristiana, desechando todo aquello que indujera a la resignación y al maridaje con el poder, insistiendo en el espíritu colectivista de los primeros cristianos y en las críticas de los profetas y los santos padres a la riqueza. No se trataba solamente de citar a Tomás de Kempis (3, X, 1925), o de transcribir en su totalidad el Soneto místico de santa Teresa de Jesús (21, V, 1927), 0 de mencionar las ideas de san Hilario, san Basilio y san Gregorio acerca de la propiedad comunitaria (20, VII, 1925). Esa era la apariencia. La Humanidad no pretendía la defensa a ultranza de la Iglesia católica y del pensamiento religioso oficial. El intento del núcleo de Torres Giraldo era plantear la continuidad entre cristianismo "puro" y socialismo.


La humanidad destacaba las huelgas, manifestaciones y paros de la región con gran despliegue. Esta es una noticia típica.
Ante la disyuntiva entre razón y religión -entendida esta última como fanatismo irracional y adormecedor- no se dudaba un minuto en escoger la primera. De hecho, en el periódico se publicaron abundantemente citas y textos de autores anticlericales y anticatólicos como Diderot, Danton, Renan, Zola, entre otros (veáse, por ejemplo, 24, IX, 1926).

A la Iglesia, La Humanidad le criticaba, además de la alianza con los poderes establecidos, la simonía, la venta de relicarios, indulgencias, etc. (20, II, 1926). Si con algo no conciliaban los núcleos socialistas era con la posible injerencia de la Iglesia en el sindicalismo. Los sindicatos "católicos" fueron duramente criticados por ser confesionales y por disfrazar su contenido de "negocios" tras una fachada gremial (6, vi, 1925). Así mismo, cuando se habló de la posibilidad de que el arzobispo de Bogotá asistiera al Segundo Congreso Obrero, La Humanidad lanzó una airada protesta (4, VII, 1925). En realidad, el núcleo caleño era celoso de la independencia política del proletariado. De ahí las reacciones ante la posible injerencia clerical en el sindicalismo.

Ahora bien, el meollo del discurso de La Humanidad sobre la religión consistía en mostrar al socialismo enraizado en las mejores tradiciones occidentales y cristianas. Claramente se buscaba crear una práctica religiosa alterna, desechando algunos aspectos del catolicismo, como también de otras religiones 11 . Existía en Colombia un falso patriotismo y un falso cristianismo, denunciaba el editorial del 20 de julio de 1925: "Si Cristo rompiera la vetusta roca del bueno de José de Arimatea y pudiera pasearse por los templos, es seguro que la simonía de los fariseos le obligase a blandir de nuevo su látigo sobre la espalda de los réprobos".

El socialismo, por el contrario, se decía en otro editorial, contenía "postulados [que] se encuentran en las palabras evangélicas, puras eso sí de las perversas torceduras que le hicieron los especuladores de Jesús" (5, XII, 1925). Esta misma visión se insinuaba en el Manifiesto a los trabajadores escrito por María Cano y Torres Giraldo a fines de 1927. "El bien es nuestro camino (...) no nos arredra ni el rencor ni el odio insanos, si proclamamos la verdad de Cristo (...) el socialismo es todo lo bueno que soñaron las religiones antiguas. El mismo León XIII, en su encíclica del 15 de mayo de 1891, hace saltar de la roca egoísta de los ricos del mundo, la fuente de la verdad, como Moisés el agua viva" (27, VIII, 1927).


Como se desprende de lo anterior, el naciente socialismo colombiano, representado por La Humanidad, continuaba usando un lenguaje religioso, aunque, por supuesto, más secular que el católico oficial. Un buen ejemplo de fraseología religiosa con contenido laico se encuentra en un discurso pronunciado por un dirigente obrero de Buenaventura en la recepción que allí se le brindó a María Cano a fines de 1927:

(...) y vuestro nombre, María, será el signo vinci grabado en la Roja Bandera que se ostenta flamante y majestuosa por todo lo ancho y todo lo largo de este jirón de tierra que en hora aciaga codiciara el yanqui. Descuellas y triunfas rompiendo en pedazos la ignominia y el oprobio así como el sol con su luz rompe o disuelve las nubecillas que a su paso pretenden hacerle sombra (...) Fulges y como Flor Revolucionaria del Partido Socialista de Colombia, eres la brújula de los que amasan el pan de cada día (...) o la rosa de los vientos que dirige el barco de la emancipación social (10, VII, 1927).

Ahora bien: no sólo se utilizaba el lenguaje católico. También se encuentran algunos elementos del léxico masónico. A propósito del incendio de Manizales ocurrido en 1925, el periódico editorializaba así:
Los arquitectos del Universo, armados de limas y taladros, reconstruyeron a Roma. Ellos reconstruirán a Manizales en dos años (...) la muerte del Sublime Arquitecto, es la única muerte que paraliza la vida de las ciudades (11, VII, 1925).

No fue posible precisar los vínculos de La Humanidad, con las logias masónicas y las sociedades teosóficas - dueñas, unas y otras, de larga tradición en Colombia -, como sí se lograron establecer los existentes entre ellas y el movimiento revolucionario de El Líbano (Tolima) 12 .
El lenguaje religioso utilizado por La Humanidad no ha de verse como signo de atraso. Por el contrario, su empleo obedecía a una estrategia para difundir el socialismo: más que antagonizar con las tradiciones populares, éstas se recogían para transformarlas y proyectarlas con un contexto cultural nuevo.

Dentro de esa misma lógica, La Humanidad avanza en sus páginas la necesidad de construir una ética y un comportamiento alternos, que no desconozcan los elementos tradicionales arraigados en el pueblo. No se trataba solamente de librar una lucha contra el alcoholismo y por la educación, sino de alcanzar un comportamiento social y personal acorde con el ideario socialista predicado.

Las sociedades obreras comenzaron a reglamentar la vida de sus integrantes. Incluso se impulsaron prácticas rituales alternas a las oficiales, sin desconocer totalmente a estas últimas. Tal fue el caso del "bautismo socialista" realizado en Dagua durante la gira de María Cano 13 . En el acta de dicha ceremonia se solicitaba a "los Directorios Nacionales del Proletariado la aprobación y adopción del presente sistema de bautismo, que no priva la observancia de los ritos religiosos propios del pueblo colombiano" (s.n. 26, VI, 1927).

Lo mismo que con el lenguaje religioso, en estas prácticas se intentaba recoger lo tradicional, transformándolo. Algo similar sucedería con tradiciones populares no religiosas, como la elección de reinas de los estamentos sociales (Reina de los Estudiantes, Flor del Trabajo, etc.). La tradición de la Flor del Trabajo, encarnada en María Cano, fue incorporada oficialmente al partido socialista revolucionario, reglamentando lo relativo a su elección (29, X, 1927).

Ahora bien: el naciente proletariado no solamente transformó tradiciones ancestrales, sino que introdujo elementos nuevos, como la solidaridad, el llamado a la cual consume la mayor parte de las páginas de La Humanidad. El lenguaje utilizado tiene, nuevamente, un sabor religioso.

A propósito de la huelga del ferrocarril del Pacífico (septiembre de 1926), la Federación Obrera Departamental declaraba: "[hemos] sacado como fruto de la jornada libertaria (...) la entera convicción de que sí existe en el país el espíritu de clase(...). Esta Federación anhela la comunión de todos los trabajadores con la misma sagrada hostia de la unión" (18, IX, 1926). La unión del "obrerismo" se debía conseguir no por mandato religioso sino como fruto de la necesidad. La huelga sería la mejor expresión de aquella solidaridad (10, VII, 1926). No se hablaba de una comunidad en abstracto, sino de la solidaridad de clase en la cual desempeñaban su papel las tradiciones transformadas y los ritos "socialistas", afianzando los lazos de la contracultura obrera que surgía.


LA CLASE OBRERA BUSCA SU INDEPENDENCIA POLITICA
El ataque a los partidos tradicionales se hizo con un lenguaje bien sencillo: "¿Qué ganan los trabajadores conservadores con tener un presidente de su partido? ¿Están acaso menos esclavos que los liberales vencidos? ¿Qué tienen que ver los obreros con un presidente que es el gerente de los ricos y el más grande accionista de las petroleras de Barranca?" (6, VI, 1925). Del partido liberal no es que se dijeran mejores cosas. A pesar de haber copiado elementos del socialismo en sus convenciones de Ibagué y Medellín, el liberalismo era incapaz de llevar esos programas a la práctica, según lo denunciaba La Humanidad (17, X, 1925 y 10, X, 1925). "Los viejos partidos han llegado a su ocaso inexorablemente.

El Partido Conservador gobierna pero lejos de sus principios, y el Liberalismo se ha teñido de socialismo, contradictorio con su individualismo. No existen partidos definidos en Colombia y ambos gobiernan en coalición" (22, XI, 1925; véase también 6, II, 1926).
La alternativa ante los partidos tradicionales era la independencia política de los obreros. Al principio de la existencia del semanario, se insistía en que la independencia política significaba el ejercicio real de la democracia por el pueblo. "El gobierno de los partidos -decía uno de los primeros editoriales- es la forma degenerada de los sistemas monárquicos (...) el pueblo de cada conglomerado tiene el deber de equilibrar sus fuerzas y hacer efectiva la democracia como principio de administración del pueblo por el pueblo mismo" (23, V, 1925). Incluso una vez fundado el partido socialista revolucionario, se seguiría insistiendo en el ejercicio de la soberanía popular como la base de toda independencia política obrera (15, III, 1927).

Esta concepción no estaba exenta de cierta influencia anarquista, destacable al principio de la vida del periódico. Se advierte en él una concepción pluralista que permitía que se expresaran distintas concepciones en sus páginas. Ya se dijo cómo defendía cierto cristianismo "puro", se daban puntadas de un socialismo evolucionista y aparecían menciones importantes del anarquismo y del marxismo. Sin embargo, las simpatías, ciertamente, se dirigían hacia estas dos últimas corrientes de pensamiento, y en últimas hacia el marxismo. Menciones a Mijaíl Bakunin y a Piotr Kropotkin, como también a la anarquía en abstracto, fueron abundantes, especialmente en los primeros números (16, V, 1925 y 27, VI, 1925, por ejemplo). Se exaltó también la acción de grupos anarquistas como el de Antorcha Libertaria, de Bogotá (27, VI, 1925). No faltó la apología de la acción anarquista, como fue el caso de un artículo sobre la dinamita aparecido el 10 de mayo de 1926: "Soy el brazo formidable (...) la chispa que destruye y edifica los obreros me buscan (...) no soy esclava, soy humana y vengativa". Ahora bien: estas referencias al anarquismo se mezclaban casi ingenuamente con otras al marxismo y en general a toda ideología considerada como progresista. Afloraron también tesis "sindicalistas" -ligadas tal vez al anarcosindicalismo o al "sindicalismo" francés- sobre la importancia de la acción directa en la lucha contra el Estado. Dentro de ésta, sobresalía la huelga general, que "equivale en verdad a derruir teóricamente todo el orden social" (3, XI, 1927).

A pesar de este indudable pluralismo, el marxismo se fue imponiendo como el pensamiento más defendido por los integrantes de La Humanidad. Sin embargo, el marxismo de este semanario no se diferencia claramente del anarquismo, por un lado, y del socialismo evolucionista, por el otro. No es, ciertamente, un marxismo dogmático; por el contrario, admite el diálogo con otras concepciones.

La lenta definición por el marxismo se halla asociada con la superación del proyecto anarcosindicalista, implícito en la Confederación Obrera Nacional, al fundarse el partido socialista revolucionario en diciembre de 1926, en el Tercer Congreso Obrero. Este fue un partido explícitamente revolucionario, en contraste con el reformismo del partido socialista de comienzos de los viente 14 . "Nosotros pertecemos - decía un editorial en 1925- a una izquierda extrema y somos antiparlamentaristas; lo somos porque no queremos ser reformistas; creemos que toda reforma es colaboración; creemos que toda colaboración ayuda a sostener el régimen; creemos más; creemos que todo colaborador es conservador" (21, XI, 1925). Consecuentes con ese radicalismo, los socialistas revolucionarios se opusieron a participar en elecciones (19, IX, 1925 y 29 , I 1927), y en general a cualquier iniciativa del gobierno. "Somos oposicionistas – se decía, por ejemplo - a todo empréstito que consiga el gobierno burgúes" (24, X, 1925).

El obrero no debía solicitar reconocimiento legal de sus derechos sino ejercerlos en la práctica: ¿Qué nos importan las leyes que el estado burgués confeccione a su tamaño?" (17, IX, 1927). Cuando se hablaba de la sociedad futura, se mostraba el ejemplo de Rusia. Por lo tanto, la defensa de la Unión Soviética se convirtió no sólo en arma agitacional, sino en el centro del discurso político del partido socialista revolucionario.
El resultado de dicho Tercer Congreso fue la creación de un partido amplio, de masas más que de cuadros, que recogía las tradiciones de pluralismo y rebeldía de los núcleos avanzados de la clase obrera. Es decir, como el mismo Torres Giraldo lo reconocería posteriormente, se estableció un partido que difería en su estructura de las pautas trazadas por la Internacional comunista 15 . No es exagerado, por tanto, afirmar que el partido buscó darle una expresión apropiada a las condiciones del país, al problema de la independencia política de la clase obrera. Torres Giraldo decía entonces: "Nosotros hemos aconsejado un sistema de organización libre.

Creemos que Colombia tiene una fisonomía de cierto modo propia y que no es de buena táctica imponer predeterminado método usado en otras latitudes (...)somos internacionalistas en doctrina, pero creemos que lo primero es crear y basamentar firmemente la nacionalidad" (s.n. 15, III, 1927). Los socialistas revolucionarios, y dentro de éstos el núcleo de La Humanidad, introdujeron un carácter autónomo en la elaboración política, con respecto a los centros internacionales de la organización obrera.

historiografía sobre el tema: confusión ideológica con el liberalismo, caudillismo y superposición de estructuras organizativas paralelas 16 . A estos problemas, La Humanidad agregó el de la incomunicación entre los distintos sectores que conformaban el partido, la cual produjo mutuos reproches y desconfian entre los núcleos obreros de diversas regiones 17 .

Ahora bien, el tipo de "organización libre" predicado por La Humanidad no dejó de presentar problemas que oportunamente ha señalado la Otro problema del socialismo revolucionario reflejado en las páginas de La Humanidad fue la falta de claridad acerca de las relaciones entre el partido y las clases populares no obreras. Desde los primeros números del periódico se insistió en que sería una tribuna libre, no sólo para el "obrerismo", sino para el campesinado, los soldados y policías, los desempleados y las mujeres. Sin embargo no existía, por ejemplo, un programa agrario que diera cuenta de los intereses de la mayoría del campesinado, que constituía el grueso de la población colombiana.

A veces no se pasaba más allá del señalamiento clásico de que el obrero de la ciudad debía educar y organizar al campesinado, pues este carecía de política propia (30, V, 1925 y 22, VIII, 1925) o de llamados generales a la repartición de tierras y al otorgamiento de créditos a los trabajadores rurales (9, X, 1926). En algún momento se llegó a decir que el campesinado estaba tan sometido a las clases dominantes que se necesitaría primero cambiar al Estado -leáse: hacer la revolución- para después transformarlo (25, IX, 1926).

LA MUJER DOBLEMENTE TIRANIZADA, DOBLEMENTE REBELDE
A partir del número 21 (3, X, 1925), La Humanidad publicó una columna llamada Femeninas, escrita por Clara Luna. En su primer artículo, la columnista señalaba que, además de la explotación compartida con el hombre, la mujer sufría otra: "Es considerada inferior sociológica y fisiológicamente por el hombre, que es quien legisla en su favor. Por tanto, la mujer tiene el doble motivo de su rebeldía en la doble tiranía que sufre" (3, X, 1925). La razón de la desigualdad de la mujer con el hombre no reside en la mujer misma -es decir, no se debe a problemas genéticos, raciales o de inteligencia- sino en el desequilibrio social y educacional existente (10, X, 1925). A la mujer se le marginó, insistía Clara Luna, de los problemas económicos, sociales y políticos, relegándola al hogar y convirtiéndola en una "baratija" del hombre, haciéndola dócil y resignada (17 y 24, X, 1925). El maquinismno afectó más a la mujer que al hombre, pues antes, en la economía de hogar, el hombre y la mujer trabajaban por igual. Con el maquinismo la mujer se vio desplazada de la economía y sometida al hombre. Si conseguía empleo en una fábrica, debía prácticamente romper con el hogar (7, XI, 1925 y 9, I, 1926). La prostitución era vista como un resultado social más que como una decisión individual (31, X, 1925 y 21, XI, 1925). La solución propuesta por Clara Luna se basaba en la igualdad de oportunidades educativas: si había educación habría igualdad en los otros aspectos, pues una "mujer educada ya no se deja someter" (14, XI, 1925) 18 .

Pero no bastaba la educación, insistía la columnista. Había que unirse a la revolución social. "[Mujer,] piensa que tu espíritu tiene alas y que debes volar sobre las tumbas de todos los sacrificados por el ideal: Cristo y Rosa Luxemburgo compendian el martirologio" (1, V, 1926). A esta conclusión habían llegado otras mujeres que escribían para La Humanidad, como Raquel Torres Giraldo (17, VII, 1926) y María Cano (8, VII, 1925). Sobre esta última se expresaba así un editorial: "[María Cano] será el símbolo de la Revolución Social en Colombia, nacida de esta paz octaviana y sobre las ruinas de la masculinidad" (21, VIII, 1926).

La concepción machista tradicional estaba muy introyectada en la cultura obrera del momento, a pesar de los intentos arriba expuestos: No es extraño encontrar referencias "machistas" en medio de discursos incendiarios: "Si los obreros no quieren romper la coyunda que los ata al poste de los bueyes, la culpa es de los obreros que tendrán que llorar como mujeres lo que como hombres no supieron defender" (31, VII, 1926). Contradiciendo lo que Clara Luna escribía en su columna,

La Humanidad publicaba artículos en los cuales se insistía en que el sitio de la mujer era precisamente el hogar. Desde allí debía reinar y convertirlo en un sitio agradable para el esposo, de tal forma que éste estuviese contento y no se fuera a matar el tedio a las cantinas (20, II 1926). A veces se sindicaba a la mujer de la "infelicidad" de los matrimonios. En un trabajo titulado "La mujer infiel" se decía que ella, "no solamente hace desgraciado al hombre que le cayó en suerte, sino que también constituye un deshonor para los hijos (13,,II, 1926). Por supuesto, lo mismo no se decía del "hombre infiel".

A nombre del estímulo a la educación de la mujer, se reforzaban las ideas despectivas respecto a ella, en el mismo espíritu de lo que se señalaba sobre el alcoholismo del pueblo.
A nombre de redimir a la víctima, se terminaba culpabilizándola (19, IX, 1925). El articulista Vasco René decía, por ejemplo:

La Mujer está fatalmente ayugada [sic] al servilismo. Ignorante por abandono y cobarde por su ignorancia, recibe en su anquilosada masa encefálico las impresiones más absurdas (...) la mujer ignorante es un ser inferior: ni conoce la felicidad, ni la merece (...)como hija es un peligro al honor del hogar,- como hermana una temeridad; como esposa un martirio y como madre una vergüenza (16, I, 1926).

Por supuesto que el autor estaba criticando más la falta de educación que a la mujer misma, pero su discurso reproduce necesariamente tradiciones machistas ancestralmente inscritas en la cultura popular. Las expresiones culturales del núcleo que publicó el semanario entre 1925 y 1927, se pueden resumir en lo siguiente: aparte de tradiciones que permanecen vigentes a lo largo de los años veinte (rebeldía y pluralismo ideológico, por ejemplo), las expresiones contraculturales reproducidas por La Humanidad parten de elementos tradicionales (cristianismo, iluminismo, prejuicio contra el alcohol, etc.) pero desarrollándolas y produciendo paralelamente otros valores nuevos, como serían la solidaridad, la oposición radical a lo establecido y la lucha por la independencia política. Por supuesto, no todo fue claro, como se vio en el caso de la relación con las otras clases subordinadas o con la mujer.

Lo que La Humanidad refleja es esa compleja mezcla de valores tradicionales y nuevos que, como dice el historiador inglés E. P. Thompson, constituyen el proceso básico de la formación de la clase obrera. Si en Inglaterra las tradiciones del "hombre inglés nacido libre" de los jacobinos y de los grupos metodistas fueron la base de la cultura radical obrera para 1830, en Colombia, ateniéndonos a La Humanidad, las tradiciones ancladas en el cristianismo, y alimentadas por el iluminisnio y cierto socialismo pluralista, desempeñarían un papel análogo en ese "hacerse" de la clase obrera y de su marco específico de valores, de su cultura en ese sentido amplio.

COLABORADORES DE LA HUMANIDAD IGNACIO TORRES GIRALDO
Nació en 1892 y murió en 1968. De profesión, tipógrafo y sastre. Militante socialista desde los años veinte. Después de la huelga de las bananeras, viajó a Europa y permaneció cerca de un lustro en Moscú. Cuando regresó al país fue secretario del partido comunista de Colombia por un corto lapso. Posteriormente se retiró del partido y permaneció el resto de su vida como marxista independiente, dedicado al estudio de la historia social colombiana. Fundador de los periódicos El Martillo, de Pereira, y La Humanidad, de Cali; colaborador de Ola Roja, de Popayán. Autor de los libros Los inconformes, Síntesis de historia política colombiana, La cuestión indígena en Colombia, La cuestión sindical en Colombia, María Cano, mujer rebelde (reeditado con el título María Cano, apostolado revolucionario).

MARÍA DE LOS ÁNGELES CANO MÁRQUEZ
Nació en Medellín el 12 de agosto de 1887, y murió en la misma ciudad el 26 de abril de 1967. Activa militante del socialismo revolucionario, poetisa y prosista. Elegida Flor Revolucionaria del Trabajo en los años veinte. Fundó la revista Cyrano y colaboró en periódicos socialistas y en El Correo Liberal, donde publicó versos de tema amoroso e infantil. Publicó el libro Horizontes.

EVARISTO PRIFTIS
Nació en Grecia en 1886. De profesión, sastre y comerciante. Había estado, antes de llegar a Colombia, en Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Trabajó como sastre en Girardot, donde rápidamente se vinculó a la actividad sindical. En 1925 se trasladó a Neiva para actuar con la agrupación Sociedad de Obreros Libres. Desde esa ciudad enviaba sus colaboraciones a La Humanidad, con cuyo núcleo editor mantenía estrechos contactos. Se le siguió juicio de expulsión del país en 1927.

NEFTALÍ ARCE
Médico vallecaucano. Torres Giraldo dijo de él:[...] fue estudiante de medicina en París y desde entonces [fue] marxista sin reservas, aunque fuertemente dominado por la vida bohemia que lo hacía irresponsable a veces". Tradujo muchos de los textos internacionalistas publicados por La Humanidad.

AGUSTÍN MORALES
Sastre y dirigente obrero de Buenaventura. Militante del partido socialista revolucionario y posteriormente del partido comunista. A él perteneció la colección de La Humanidad a la cual tuvo acceso el autor del presente trabajo.

VASCO RENÉ
Colaborador habitual de La Humanidad con artículos agitacionales. Probablemente se trata de un seudónimo.
CLARA LUNA
Seudónimo de una colaboradora cuyo nombre real desconocemos. Algunos señalan que puede ser María Cano. También la columna Femeninas aparecía con otro seudónimo: Felicidad Severa.

7 Alberto Mayor Mora, Ética, trabajo y productividad en antioquia, Bogotá, Ed. Tercer Mundo, 1984, págs. 291-294. Nótese la cercanía de lenguaje, en este punto, entre núcleos socialistas y católicos. El Obrero Católico decía, por ejemplo: "No ha sido el trabajo el que ha diezmado la raza. Ha sido el tiempo del desempleo, cuando libre de labores el obrero ha buscado lo que dice merecer y abandonado a su ignorancia, sin importarle al Estado, ni a la ley, ni a los patrones, va de taberna en taberna alcoholizándose, incapacitándose para el día siguiente" (citado por Mayor, pág. 293). (regresar7)

8. Si se lee la prensa liberal (El Tiempo y El Espectador) entre 1920 y 1934, se constata esta afirmación para la casi totalidad de conflictos abiertos del período. Tanta fue la preocupación por el alcoholismo, que circuló en el congreso un proyecto de ley para controlarlo. (Véase El Espectador, 22 y 26, X, 1930). (regrear8)

9. El socialdarvinismo fue introducido por los positivistas a fines del siglo XIX. Fue destacado el caso de los "científicos" de México, quienes entre otras cosas se distinguieron por la predica del socialdarvinismo aplicado a la "degeneración" de ciertas clases de dicho país. (Véase Michael Meyer y William Sherman, The Course of Mexican History, Nueva York, Oxford University Press, 1979, pág. 457). (regrear9)

10. Los vinos se vendían en el café Hamburgo, de propiedad dl¡ artesano Ramón Z. Casas, gran colaborador del periódico. Parece que dicho café era sitio de encuentro de los círculos artesanales e intelectuales de Cali. En una ocasión fue defendido desde las páginas de La Humanidad ante el ataque de la dirección de sanidad de la ciudad (16, 1, 1926). Otro sitio de ese estilo que sacó anuncios en el periódico fue el billar-cantina La Cumbre. (regrear10)

11. Cuando los miembros de un grupo de protestantes de la población de Andalucía (Valle) declararon ser asiduos lectores de La Humanidad y exigieron una definición sobre religión, el semanario respondió que no se podía comprometer a predicar el protestantismo porque también era una forma de fanatismo, además de un producto colonial y "agente del imperialismo" (12, XII, 1925). A pesar del no compromiso con ninguna religión, en algún momento se sugiere la utilidad de contar con una Iglesia nacional, como la que se venía impulsando en México en contra del Vaticano (11, VII; 1925). (regrear11)

12. Véase Gonzalo Sánchez, Los bolcheviques de El Líbano (Tolima), Bogotá, Pandora- ECOE, 1981, págs. 76-77. Llama la atención que en las propagandas de gaseosas Postobón a veces se dijera: "En la Logia tome Popular, la bebida sin igual". En otras ocasiones la leyenda cambiaba el término logia por el de club social. (regrear12 )

13 Gonzalo Sánchez (1981) menciona ceremonias de "bautismo" y "casamiento" socialistas en El Líbano (Tolima) durante el mismo período, op. cit. págs. 79-82). (regrear13)

14. Véase Medófilo Medina, op. cit., págs. 51-72. Dicho partido publicó el periódico El Socialista, del cual sólo se conserva el primer año. Antes de la Fundación del PSR Parecían existir organizaciones revolucionarias como un partido comunista, de cuya dirección nacional era miembro Torres Giraldo, una junta departamental socialista y un Club Marxista cuyos miembros usaban como seudónimos las letras del abecedario griego (13, 111, 1926). (regresar14)

15. Ignacio Torres G., op. cit., vol. IV, pág. 8. (regresar15)
16. Se destaca la confusión entre el partido socialista revolucionario y su organismo insurreccional: el comité central cons pirativo. (Medófilo Medina, op. cit., págs. 125-155). (regresar16)

17. A comienzos de 1927 se produjo una agria disputa entre los trabajadores portuarios del río Magdalena y la Federación Obrera del Valle del Cauca, porque la segunda no apoyó una huelga de los primeros. La Federación decía: "el obrerismo del Valle no actuó cuando ustedes procedieron, lo que vivamente lamenta, por total carencia de conocimiento [sobre los] planes [que ustedes] aisladamente desarrollaron allá" (12, 11, 1927). El caso más grave de incomunicación fue el de la frustrada rebelión de fines de julio de 1929, cuando la contraorden no llegó a municipios como El Líbano, La Gómez, San Vicente, etc. En esos sitios los socialistas se lanzarían a una insurrección sin respaldo nacional por la contraorden dada desde Bogotá. Véase Gonzalo Sánchez, op. cit. (regresar17)

18. Para la autora, la educación, "afirmación espiritual del pensamiento que recorre la órbita del dominio de la Idea", comenzaba desde la infancia (23, 1, 1926). Añadía que más que educar en el miedo, había que estimular la conservación de los afectos. La simple adaptación al medio era retrógrada; había que orientar a los hijos e hijas en las nuevas dimensiones de la vida (30, 1, 1926). Las ideas educativas de Clara Luna se apoyaban en las experiencias de Pestalozzi, Fröbel, Decroly y el centro Clarté, de París.


Viva la Historica Clase Obrera
Viva ...Viva ...Viva

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